Este pequeño ser que muchas veces hemos visto en dibujos infantiles y que no sabemos muy bien de que tipo de animal se trata, es un caballito de mar. Su nombre hace referencia al parecido de su rostro con el de los caballos terrestres, pero en nada más se puede comparar con ellos. El caballito de mar es un pequeño pez marino muy especializado y emparentado con otros Singnátidos.
Presenta la característica, única entre los peces, de tener la cabeza en ángulo recto con el cuerpo y representa en muchos aspectos, a la fase final de varias tendencias presentes en todos los singnátidos. El cuerpo está totalmente embutido en una armadura de placas o anillos óseos. No hay aleta anal, pero la parte posterior del cuerpo es prensil y se puede enroscar en torno a los tallos marinos para proporcionar anclaje. La natación se basa en movimientos ondulatorios de la aleta dorsal; el animal avanza en una posición erecta muy característica. El cuidado de las crías por parte del macho ha llegado a tal punto que es él quien tiene una bolsa de incubación, formada por las placas óseas del cuerpo. El camuflaje puede alcanzar un extraño grado de perfección en algunos miembros, como Phyllopteryx foliatus, australiano, que está dotado de apéndices carnosos en forma de hoja que decoran el cuerpo simulando algas. Llega a medir hasta 30 cm, tamaño verdaderamente grande para un pez de este grupo.
El comportamiento del caballito de mar vivo es tan interesante como las antiguas leyendas. Es capaz de ostentar notables cambios de color para acomodarlo al del medio que le rodea. Cada ojo se mueve con independencia del otro, y el pez puede utilizar la cabeza para trepar por entre las algas en las que vive, descolgándose de unas a otras. No es raro que se reúnan varios adultos y entretejan sus colas prensiles en una danza encantadora, aunque posiblemente mortal para los jóvenes que a veces son incapaces de liberarse y mueren de inanición. Para criar, el macho y la hembra de la mayor parte de las especies, enroscan sus colas. Los huevos pasan de la hembra, por un apéndice cloacal, hasta la bolsa de incubación que tiene el macho en el vientre. Dicha bolsa está interiormente revestida de tejido blando y dotada de minúsculos compartimientos en los que se empotran los huevos. Al mismo tiempo, los vasos sanguíneos de este tejido se agrandan y la transforman en un vientre esponjoso. Podría establecerse un paralelismo entre el tejido vascular que rodea los huevos y la placenta de los mamíferos. El macho puede recibir la visita de varias hembras. Los huevos que no encuentran un hueco en la bolsa, no se desarrollan, pero los que lo consiguen eclosionan y permanecen en su compartimiento hasta haber agotado toda la yema. Al parecer, el parto, o expulsión de las crías es muy penoso para el macho. Sujetándose firmemente con la cola a algún soporte, frota la bolsa contra una roca o concha hasta que salen los pececillos, junto con diversos fragmentos de tejido. No parece ser cierta la afirmación de que después del nacimiento las crías buscan refugio en la bolsa paterna cuando algún peligro les amenaza. Un macho grande puede parir hasta 400 jóvenes, cada uno de los cuales es una diminuta réplica del adulto.
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